La ciudad se ve sumida en un estado deplorable debido a la estrategia descontrolada de propaganda política que ha dejado su impronta en cada rincón. El candidato perremeista, ahora alcalde electo, encabezó una campaña propagandística que, lejos de respetar las leyes y regulaciones municipales y nacionales, las ignoró por completo, resultando en una ciudad abrumada por la contaminación visual.
La proliferación desenfrenada de pegatinas y carteles en cada poste y muro no solo desfigura el entorno urbano, sino que también representa un claro menosprecio por las normativas establecidas. Este despliegue irresponsable ha trascendido los límites razonables de la campaña política, llevando la arrabalización a su punto máximo.
La denuncia es inequívoca: la ciudad está saturada de propaganda ilegal, y es imperativo que el nuevo alcalde asuma la responsabilidad de limpiar el desorden que él mismo contribuyó a crear. Esta llamada de atención no solo apunta a la limpieza física, sino también a un reconocimiento de las consecuencias de haber irrespetado las leyes y regulaciones municipales.
La ciudadanía espera que el alcalde «electo» aborde esta situación de manera inmediata, al menos quitando la suya, mostrando así un cambio de actitud y un compromiso real con el respeto por las normas establecidas. La limpieza no solo será física, sino también simbólica, demostrando que las acciones irresponsables deben ser seguidas por una rectificación tangible y limpiando la misma suciedad que provocó.